Hay quienes, ironía, para hacerse simpáticos con los amigos, suelen hablar de su humildad, pero la realidad los desmiente en su propia cara.
La humildad no es una palabra simple y alegre de quien la dice, es en la práctica, en la relación y trato con los demás.
La humildad es una virtud innata, espontánea y excepcional en el ser humano, parte de su personalidad, prenda común, no todos los seres humanos tienen la condición y capacidad de ser humildes, con ella se nace en el entorno familiar.
Ser humilde es aceptar a Dios como la única y suprema deidad del universo, que aún tratarse de un ser sobrenatural e invisible, se siente y manifiesta su poder en la naturaleza y el destino humano, negar su existencia es negarnos a nosotros mismos, si por el existimos.
Ser humilde es reconocer y aceptar nuestras propias faltas, debilidades y errores, no hacerlo sería colocarnos por encima de Dios, voluntad y leyes divinas, y con ello transgredir sus preceptos y normas de convivencia social que son fuentes de equilibrio en toda sociedad humana.
Ser humilde es asimilar en el tiempo aquella frase de uno de los grandes filósofos griegos, Séneca, cuando decía, citamos: «Yo solo sé que no sé nada».
O Jesús cuando pendía colgado en la cruz dispuesto para el sacrificio, y exclamó en su agonía respecto a sus verdugos, los centuriones romanos, «Padre, perdónalos, que no saben lo que hacen», un acto de humildad y amor, perdonar a los que nos ofenden o hacen daño, cuantos y bajo esas circunstancias, en los linderos de la muerte, seríamos capaces de ese gesto humilde el perdón.
Ser humilde es asimilar el éxito, fama y aplausos como algo natural y para satisfacción personal, que el éxito y la fama, que son el resultado del esfuerzo humano, capacidad, talento, destrezas, no se nos vayan a la cabeza y sintamos en las nubes, muy superiores, pues lo más doloroso es caer después de lograr ascender a la fama o estrellato, muchos los casos en actividades o disciplinas deportivas, el arte y otras.
Ser humilde es ignorar la omisión de su presencia, nombre, título, jerarquía o autoridad, en una actividad que usted haya sido invitado por sus organizadores, y que puede haber sido involuntaria, no deliberada o intencional; reclamar su mención sería hasta ridículo.
Ser humilde es admitir que no somos dueños de la verdad absoluta, que nuestro criterio no puede primar por encima de la mayoría, imponernos autoritariamente, ello no es bueno, sabio ni sano.
Ser humilde es aceptar a cada quien como es, reconocer sus méritos y exaltarlos si es necesario, lo contrario es dar espacio a la mediocridad y mezquindad humana, que en vez de sumar, resta a su personalidad.
En contradicción con la humildad, la soberbia, arrogancia, petulancia, que son objeto de rechazo social, el vacío en todo circulo social y ambiente donde puedan estar presentes estas especies, pues nadie se siente cómodo por sus expresiones, gestos y comportamiento errado y absurdo.
La humildad tiene un mágico encanto en el universo social, una poderosa atracción, nos hace admirados, queridos y respetados por los demás.
Aprendemos a ser humildes en nuestras relaciones personales y trato social.
Citamos para cerrar, dos frases de Jesús, el Maestro y Salvador, para que ellas sirvan de reflexión y guía en nuestras vidas, «Bienaventurados los mansos y humildes, porque de ellos es el reino de los cielos», y «el humilde será ensalzado y el soberbio será humillado».
El autor es abogado, periodista, locutor y escritor. Email: luisnazario28@hotmail.com